
Las palabras son semillas. Al igual que un agricultor elige con cuidado lo que siembra en su tierra, cada uno de nosotros decide qué palabras plantar en su mente, en su vida y en la de los demás. Cada sonido que pronunciamos tiene una vibración, una energía.
Desde tiempos antiguos, los sabios han comprendido que las palabras no son solo sonidos vacíos, sino herramientas sagradas. Con palabras se han construido imperios y se han desatado guerras; con palabras se han sellado destinos y se han abierto caminos. Cuando hablamos con conciencia, tejemos nuestra realidad con hilos de intención.
Cada palabra que pronunciamos es una energía que lanzamos al universo. Como un eco que resuena en la eternidad, nuestras palabras dejan huella en nosotros y en quienes nos rodean. Pueden ser un bálsamo que sana o una espada que hiere.
Muchas veces hablamos sin pensar, sin medir el impacto de lo que decimos. Un comentario negativo puede apagar la luz de alguien, mientras que una palabra de aliento puede ser el impulso que necesita para levantarse. Nuestra voz tiene el poder de construir o destruir, de abrir caminos o cerrarlo y de eso tenemos que ser consientes.
Las palabras tienen vibración, y aquello que repetimos con frecuencia se convierte en nuestra verdad. Si decretamos con fe, manifestamos. Si expresamos gratitud, atraemos más motivos para agradecer.
Por eso, antes de hablar, tomemos un momento para reflexionar. Que nuestras palabras sean puentes, no muros; Que sean faros de luz, no sombras de duda. Porque al final, aquello que decimos no solo define lo que somos, sino también lo que creamos.
Espero que el mensaje sea claro, hasta la próxima!